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En las serenas aguas que rodean Tybee Island, Georgia, yace un secreto sumergido, un vestigio de la Guerra Fría que ha eludido la detección durante décadas. Se trata de una bomba nuclear Mark 15, perdida en un incidente casi olvidado que ocurrió el 5 de febrero de 1958, cuando dos aviones de la Fuerza Aérea de EE.UU. colisionaron en pleno vuelo durante una misión de entrenamiento. Este suceso desencadenó una de las búsquedas más prolongadas y enigmáticas de la historia militar estadounidense, revelando las complejidades y los peligros inherentes al manejo de armamento nuclear. La noche del accidente, un B-47 Stratojet llevaba a cabo una simulación de ataque nuclear contra la Unión Soviética, portando una bomba termonuclear. Durante el vuelo de regreso a la base, se produjo la colisión con un F-86 Sabre, obligando al piloto del B-47, Howard Richardson, a tomar una decisión crítica: lanzar la bomba sobre el océano para prevenir un desastre en caso de un aterrizaje de emergencia. La bomba fue soltada a una altura de 7.200 pies, pero contra todo pronóstico, no detonó al impactar con el agua. Los esfuerzos iniciales para recuperar el artefacto nuclear se extendieron durante más de dos meses, con buzos de la Marina y equipos de búsqueda peinando una zona de 24 millas cuadradas sin éxito. La tecnología de la época no permitía garantizar la localización de la bomba, que se estimó estaba enterrada entre 13 y 55 pies bajo el lecho marino. A pesar de las décadas y los avances tecnológicos, la bomba permanece desaparecida, convirtiéndose en una especie de leyenda urbana, un recordatorio fantasmal de los riesgos de la era nuclear. A lo largo de los años, la búsqueda ha atraído a una variedad de personas, desde oficiales retirados de la Fuerza Aérea hasta ciudadanos curiosos, impulsados tanto por el deseo de resolver el misterio como por la preocupación sobre los posibles riesgos ambientales y de seguridad. Sin embargo, cada intento ha concluido sin respuestas definitivas, y la recomendación predominante de expertos ha sido dejar la bomba en su lugar de descanso, argumentando que el riesgo de perturbarla supera cualquier beneficio potencial de su recuperación.3 VOTOS