Cine y tv
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La Capilla de la Fundación Carlos de Amberes dejó a un lado sus oficios canónicos y se disfrazó de la imagen más tremendista posible para albergar la poco divina imagen de 'El exorcista: Creyente'. En ella, el Licenciado en Psicología y especializado en el área de Psicología Clínica y de la Salud, Alberto Soler, nos esperaba para hacernos una pequeña ponencia sobre aquellos factores que hacen que el cine de terror sea tan disfrutado como sufrido. La disertación comenzaba transportándonos a la primera película de terror en la historia de este género: la cinta de los hermanos Lumière. Esta primera proyección provocó gran pavor en muchos de los espectadores de la sala, ya que en su momento el lenguaje cinematográfico representaba una novedad absoluta que jamás había sido tratada y la línea que lo separaba de la realidad era muy fina. Sin embargo, como expresa de manera jocosa Soler, ahora "tenemos más calle" y tanto nuestro entorno como experiencia, nos ayudan a diferenciar qué es real de lo que no. No obstante, antes de adentrarnos en el fantasioso y complejo mundo de la psicología en el cine del terror, debemos ofrecer respuesta a una pregunta: ¿qué es el miedo? El miedo es una emoción básica que, con alguna excepción, todos tenemos. Esta nos ayuda a mantenernos protegidos y a reaccionar ante los peligros que atentan contra nuestra supervivencia, y eso es permitido gracias a la actividad de nuestro sistema nervioso. Cuando el ser humano percibe una serie de estímulos atemorizantes, automáticamente en nuestro cerebro se activan una serie de mecanismos que se trasladan al córtex visual. Este nos ayuda a reaccionar ante el peligro de dos maneras: una vía rápida y otra lenta. Estas dos vías nos permiten responder para mantenernos a salvo y posteriormente analizar la situación, pero el ser humano no es consciente de su sentimiento (en este caso el miedo) hasta que la información captada por los estímulos no llega hasta el córtex prefrontal. Posteriormente, la amígdala se encarga de reunir toda la información obtenida y manejar los sentimientos y emociones. "La excepción de aquellos que no padecen la emoción del miedo no tiene nada que ver con la valentía, sino con la ausencia de la amígdala debido a intervenciones quirúrgicas, accidentes o lesiones". Aunque nuestra comunidad científica se pueda sentir ofendida por esta explicación tan sencilla de la actividad cerebral, esta es muy a grosso modo la manera en la que nuestra amígdala nos hace reaccionar ante el miedo, lo que nos lleva a la segunda pregunta: ¿por qué disfrutamos del cine de terror? Para responder a esta disyuntiva debemos tener en cuenta dos aspectos relacionados con nuestra cara más intrínseca del ser humano y otra más social. El cine de terror entra dentro de una larga tradición que tenemos como especie de contar historias y socializar con el resto de personas en diferentes ambientes (el cine, por ejemplo). Al igual que un padre le cuenta un determinado cuento a su hijo para "conectar con él y establecer un vínculo", los adultos y adolescentes "conectan a través del sufrimiento de las situaciones verosímiles que puede estar observando". La activación de la amígdala es directamente proporcional al miedo subjetivamente percibido, y se ha de tener en cuenta que nosotros no reaccionamos ante la amenaza, sino que es el sistema nervioso el que crea una respuesta automática antes de que nosotros podamos percibir la emoción que nos genere el suceso. Este sentimiento empático es una de las razones que nos llevan a sufrir durante la visualización de un largometraje de terror, ya que más allá de la situación que se esté observando, la amígdala se sincroniza con la de el resto de personas que están observando lo mismo que nosotros, provocando así la reacción del sistema nervioso ante los estímulos percibidos. Además, por naturaleza el hombre confía plenamente en los sentimientos que los sentidos les infunden, y científicamente se ha demostrado que este tipo de cintas activan los mismos mecanismos cerebrales que los de una amenaza real. "Un elemento clave de las pelis de terror es la observación de personas en un determinado estado emocional, que induce en nosotros la misma reacción tanto emocional como fisiológica a la que estamos observando". Esta capacidad superlativa de conectar tu actividad cerebral con la de otros se da gracias a las neuronas espejo. Este conjunto de neuronas se accionan cuando observamos a otra persona realizar una determinada conducta y desarrolla en nuestro cerebro la misma necesidad de copiar su acción. Las áreas cerebrales que se activan en una persona que está viendo a otra sufrir son prácticamente las mismas que las de el ser que está experimentando en primera persona dicho sufrimiento, solo que la intensidad no es la misma. En este caso, las cintas de horror saben jugar con la mímica cerebral que de manera inconsciente va a desarrollar nuestro sistema nervioso ante la angustia que evoca el actor. Las neuronas espejo son las causantes de que nos entren ganas de bostezar cuando observamos a otra persona haciéndolo. No obstante, el principal motivo por el cual el cine de terror es disfrutado por sus amantes reside en las dos vías de reacción del córtex. Como se ha mencionado previamente, este género manifiesta uno de los eventos sociales más clásicos de la sociedad moderna y el hecho de experimentar la activación de las áreas que despiertan el miedo en un entorno seguro, es lo que provoca esa adición a este género. El estar viviendo una situación que evoque tu mayor pánico y te despierte tus reacciones más básicas de supervivencia como huir es contrarrestada por la reacción posterior que viene infundada por la información contextual. En otras palabras, tu respuesta primaria sería levantarte de tu butaca y huir. Sin embargo, sabes que estás en un cine, en un ambiente estable en el que no corres peligro, y por ello tu primera réplica es anulada por esta segunda. Es decir, este género tan truculento proporciona a sus espectadores la capacidad de poner en marcha los mismos mecanismos que activaríamos si estuviésemos ante una amenaza real, y el estar experimentando dichas emociones en un ambiente en el que tienes la certeza de que no va ocurrir nada malo, "engancha". Esa seguridad genera satisfacción, ya que los neurotransmisores que se ponen en marcha en estas situaciones son los mismos que se activan cuando estamos ante otras situaciones placenteras. Pero, si la explicación práctica induce a pensar que todos tenemos la capacidad de disfrutar de estas cintas, ¿por qué unas personas pueden gozar y divertirse con ellas y otras no? Esto se debe a diversas cuestiones relacionadas tanto a las variables de la personalidad como las sensaciones y, de nuevo, la empatía y la fisiología. Las sensaciones son uno de los patrones de nuestra identidad que se caracterizan por la búsqueda constante de estimulación, sentimientos y experiencias complejas que se definen por dos extremos: los que sienten placer al sentir estas percepciones y lo que al contrario, sufren al hacerlo. Lo mismo sucede con la empatía. Los que sienten menos empatía son los que serán capaces de disfrutar de estas películas ya que no sienten el sufrimiento de la otra persona, y las que son capaces de empatizar más padecerán el martirio de los relatos. ¿Significa esto que las personas que puntúan más bajo en su capacidad empática son narcisistas, psicópatas o ególatras? No, ya que de acuerdo con Alberto Soler, estas dos variables se mueven dentro de un "continuo" que para las personas que no han sido diagnosticadas con algún trastorno mental, es el mismo. El último factor que ayuda a marcar ligeramente el gusto por este tipo de filmes está ligado al sexo biológico (ya que, de acuerdo con el psicólogo, "la diferencia entre género y sexo cuando se hicieron estos estudios no estaban aún definido"). Por estadística, los hombres disfrutan más del cine de terror que las mujeres, y esto se debe a la educación o imagen social que la tradición ha proyectado sobre ambos géneros/sexos desde pequeños; los hombres "han sido educados para no mostrar sus sentimientos, ser fuertes y valientes", mientras que a las mujeres se les ha enseñado a ser "sensibles, dulces o a empatizar con el dolor de otras personas" y las respuestas negativas o positivas ante este tipo de películas, proceden del fruto de esta relación. La neurosis cinemática ¿Puede el sufrimiento generado por el género de horror originar problemas mentales? "No, pero...". Avalado por la comunidad científica, Soler expone el fenómeno del trastorno de la neurosis cinemática, una alteración que aparece tras la exposición a determinadas cintas de terror. El estudio se llevó a cabo con tres de las películas más clásicas de este género, 'La noche de los muertos vivientes', 'Tiburón' y nuestro particular protagonista, 'El exorcista'. El término fue acuñado después de que varias consecuencias psicológicas comenzasen a hallarse tras haberse expuesto terriblemente a estos filmes. No obstante, el trastorno de la neurosis cinemática es tan aislado como excepcional, ya que durante décadas, solo se han reportado siete casos en todo el mundo. Estos siete afectados padecían de base varias patologías y el visionado de estos largometrajes fue el estímulo final que terminó por desembocar en sus perturbaciones cinéfilas mentales. ¿Y tú, cómo de empático o de fuertes serán las sensaciones que busques el 6 de octubre con el estreno de 'El Exorcista: Creyente'?